jueves, 27 de octubre de 2011

HABLADURÍAS

Aunque hablaran de él, nadie sabría nada de su vida anterior.

Amadeo Gil Márquez casi no existía entre sus vecinos. Sólo era el señor Gil. Cuando cambió de casa, dos meses atrás, decidió mantenerse al margen de relaciones y cotilleos de vecindad. “Aquí no descubrirán los colorines de mi pasado; y de mi presente, cuanto menos sepan, mejor. Estoy harto de que el mundo, al verme, gire para otro lado”, pensó. Si él era triste y solitario como el más feo del baile, o alegre como una bandurria en noches de ronda, allí nadie lo sabría. Siempre iba con traje y corbata, como un señor con cara de tener; siempre correcto: “Buenos días, buenas tardes, buenas noches…” Nada más, bastante hablaba en el trabajo.

Pasaba muchas horas en la terraza de su ático. Observándole, parecía mirar con detenimiento y admiración, como si palpara algo y gozara degustando las caricias. “¿Caricias a qué, a quién?”, se preguntaban las vecinas, locas por descubrir los quehaceres del nuevo inquilino. Tanta concentración y la maleta verdosa, asegurada con una correa de doble hebilla, con la que iba mañana y tarde, las tenía intrigadas.

Un día después de comer, Amadeo se acomodó en la hamaca para dedicarse a lo suyo. Estaba vestido como cualquiera cuando está en su casa y hace calor. De pronto empezó a nublarse y el viento se puso de muy mal talante. El velador quedó desnudo. Voló todo. Salió tras ello corriendo, casi volando también. Ni reparó en su indumentaria.

Al ver que algo planeaba por el patio, las vecinas salieron a los balcones como grullas golosas, con ansias de despellejar. Pronto descubrieron la naturaleza de lo aventado: dos braguitas rojas con finos bodoques,  tres tangas y dos sujetadores de la misma calidad y distintos tonos. Amadeo llegó abajo sin aliento. Recogió las prendas a toda prisa. No dijo nada, ni se fijó en nadie, pero sintió los picotazos de las miradas y comentarios de aquellas chismosas. Habría preferido ser, en ese momento, una maceta cualquiera, o el puchero donde cocía aquel repollo que inundaba la estancia de hedores flatulentos.

—¡Bueeenooooo! Mírale. ¿Será posible? Tiene la novia en casa y nosotras sin saberlo. Pero ¿qué clase de portera eres, Reme, que no te enteras de ná? —dijo en voz baja la del 3º C.

—¡Que no! Seguro que trabaja de travesti. Sobra verle. Lleva los disfraces en la maleta esa y luego se cambia donde sea —replicó la del 4º A, con la mano en la boca, mirando a unas y a otras.

—Acabáramos. Pues yo creo que este es un mariquita no declarao, que se las arregla solo en la intimidad del armario —aseguró la del 4º B, tragándose las palabras.

—¡Claro que sí! —dijo una voz queda, enfrente—. Este es un maricón de mierda, y los malos aires le han soplao las galas. No hay más que ver cómo ha bajao, en gayumbos y sin camisa. ¡Está cantao!

A esa sucesión de habladurías se sumaron las de otras vecinas que fueron asomando al oír el alboroto. No dejaron de cotorrear hasta ponerle como un pingo. La portera cerró la sesión.

—A mí me da que es un pervertío, un chulo.  Se aprovechará de las pelanduscas engatusándolas con cuatro trapos, y cuando le pete se disfrazará él de pilingui pa dar gusto a su vena contraria. ¡Que lo sepáis!  Pero yo a callar;  tengo que mantener mi puesto, que es mu serio.

Así quedó aquello, que fue la salsa de comidillas cada vez que las vecinas se encontraban en el portal, en la escalera o en cualquier rellano.

Al día siguiente, sin dormir y con la cabeza maciza por lo acontecido la tarde anterior, Amadeo Gil salió de casa con su buen porte y la maleta de siempre. Cogió el metro hasta el centro.

“Esas arpías, intolerantes, pueden pensar lo que quieran. No les voy a contar que estafé a un banco, que luego me sacaron todo las amantes; que Encarni me abandonó para irse con una de ellas, que era lesbiana; tampoco diré que me embargaron hasta las zapatillas y acabé solo, en la cárcel. ¡De ninguna manera! No hablaré de esas desgracias, y menos ahora, que empiezo a superarlo”, se dijo subiendo en el ascensor de unos grandes almacenes, donde iba a mostrar al jefe de compras los modelos de lencería diseñados para la próxima temporada.
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