Quizá las mujeres no se fijaban tanto en él. O sí. ¿Quién sabe? Fuera como fuese, ella no soportaba las miradas que las amigas echaban a su marido. Convencidos los dos de que las desavenencias no les seguirían, gastaron parte de sus ahorros en reparar el viejo utilitario y se fueron a vivir lejos.
Según iban conociendo a los nuevos vecinos y compañeros de trabajo, Sonia martirizaba cada vez más al joven esposo con sus interrogatorios. Así un día y otro. Las dudas y los reproches eran cada vez más intensos e insoportables. Igual que antes.
Miguel Ángel, harto de lo mismo, decidió irse mil kilómetros más allá, pero solo. No podía más. Cogió una pequeña maleta, una mochila y un paquete de libros.
A media noche, sigiloso, bajó al garaje, cargó sus cosas, se sentó al volante e introdujo la llave de contacto; la giró una vez, otra, y otra y muchas más... El coche no arrancó.
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