jueves, 23 de diciembre de 2010

EL PREMIO

Aquella mañana de Nochebuena dejó el mejor  regalo, el premio.

Francisco Matilla y Luis Balín no se separaban cuando eran chicos. Crecieron juntos y se enamoraron de dos hermanas. Luis acabó casándose. Francisco rompió un año después, dejando a todos muy sorprendidos. El padre de la novia, a pesar de los años transcurridos, lo recordaba con frecuencia, no sólo porque tuviera en casa una soltera para toda la vida.

—¡Canalla! Dejarla plantada, con todo puesto, sólo porque salió sin él en Nochevieja. Tuve que pagar todos los gastos. ¡Una ruina! Como lo vea, le arranco el escroto de cuajo —solía decir con los ojos encendidos, los tendones del cuello como cabos veleros y las venas de la frente a punto de reventar.

Luis también lo sintió, pero más por Paquito. Se querían como hermanos. Jamás habrían imaginado que su amistad acabara así. Después de la ruptura se llamaron alguna vez, pero la familia lo reprobaba. La discreción, obligada, prolongó el silencio. Sin embargo, Luis añoraba a su amigo del alma. Con más fuerza cuando supo, en aquellos días previos a la Navidad, que el apellido Balín estaba en la lista de nominados, y más, mucho más, tras conocer el fallo del jurado.

—Quiero compartir esto con Paco y recuperar nuestra amistad, pese a quien pese. He de contactar con él cuanto antes, como sea. Resucitaremos nuestro grito de guerra: “Los dos como uno, ¡somos cojonudos!” —se dijo Luis por la tarde, en la sala de grabación, horas después de recibir la noticia que le hizo tan feliz.

La misma alegría le aportaba la posibilidad de recordar juntos los novillos que hacían en el colegio, el humo mareante y pastoso de aquel “bisonte” que quitaron al maestro, y los bailes del verano, con música imaginada, en el estanque seco del parque. De su adolescencia recordarían los guateques, las caminatas y los calores y los fríos de los días sin dinero.

El dichoso acontecimiento y el deseo de rememorar tantas y tan extraordinarias vivencias merecían el esfuerzo de Luis. No sería difícil encontrar a Francisco. Se lo imaginó dando clases en el instituto de siempre, en Collado de Tajo. Pensó que podría escribirle una carta. Antes lo hacían. “Querido Paquito, o Pacucho, me alegraré saber que...”. Otra opción era enviarle una invitación formal, de las que había hecho la Asociación.

—Pero es que, así de sopetón, después de tanto tiempo... ¡Tiene narices la cosa! Algo que parece tan fácil, me resulta imposible. Y luego está el abuelo. Si sospecha que después de lo que pasó quiero verle, nos capa a los dos —se dijo Luis al día siguiente, obsesionado, sin dormir, con la vista perdida en la cocina y el estómago cerrado, después de varios días sin comer.

Era una ocasión muy oportuna para el reencuentro. Luis lo sabía. Disimuló con el portátil hasta que se quedó sólo en casa. Buscó el teléfono en las Páginas Blancas. ¡Aquí está! Su corazón latía con fuerza y la boca se le quedó seca. Sentía deseos, más irrefrenables que nunca, de contar a Francisco lo de su premio e invitarle al acto de entrega. Cogió el teléfono y fue cantando los números según los marcaba.

—A ver, 93.25.22... No, no, no —desconectó el aparato antes de terminar—. Hay que ver la cantidad de marrones que me he comido y las entrevistas que he hecho a políticos y chorizos, y ahora no me atrevo a hablar con un amigo de toda la vida. Él ya lo habría hecho. ¡Ya lo habría hecho! ¿Qué coño me está pasando? —se preguntó, observando sus manos temblorosas.

Aquello le sobrepasaba. Nada le parecía bien para acabar con aquel comecome que le había quitado el sueño y el hambre. Buscando un poco de sosiego y aprovechando el ambiente festivo de la víspera de Nochebuena, fue al café donde se reunían los compañeros. Allí, con la cervecita: que si el fútbol, el petróleo, los enviados a Irán, jijijí-jajajá... Así estuvo hasta después del medio día. Cada cual tendría lo suyo; él seguía con su angustia.

Cuando salió del bar, ya en el autobús, se convenció de que no podía seguir con aquella zozobra, sin comer ni dormir, y que, pasara lo que pasara, llamaría a Francisco en cuanto llegara a casa. Eso sería lo primero. Intentó reafirmar su decisión por el camino.

Nada más entrar, abriendo la puerta del comedor, donde esperaban los chicos el almuerzo, sonó el teléfono.

—Papá, es para ti —anunció la niña pequeña.

Luis fue a su despacho para atender la llamada con más tranquilidad. En aquellos días le llamaba mucha gente para felicitarle por lo estupendo que era.

—¡Dígame!

—No, no oigo bien. ¿Cómo dice? —Luis cerró la puerta y pulsó la tecla azul para hablar con las manos libres.

—Que los dos como uno, ¡somos coj...

—¡Pacucho! Pero ¿tú? —exclamó Luis antes de que Francisco terminara la frase favorita.

—Sí, yo. ¿Qué pasa? ¿Es que no puedo felicitar al mejor corresponsal por ese premio de la Asociación Nacional de Prensa?

—Tú si que eres un premio, el mejor regalo de Reyes y Papá Noel juntos. ¿Cómo te has enterado?

—Ya lo ves. Los periodistas, que sois unos chivatos.

Luego el altavoz del teléfono enmudeció. Los dos amigos rompieron sin recato el silencio que durante tanto tiempo habían sufrido. Desde fuera sólo se oía un monólogo de risas y frases sueltas llenas de emoción y alegría.

Aquel día, Luis tampoco comió.
--------------------------------------------------------------------
No dejes de leer el diario de una mirada: pincha AQUÍ Para leer los deseos de un anciano, AQUÍ

9 comentarios:

Emilio Porta dijo...

No sólo de pan vive el hombre, querido Alex. Y tú bien lo sabes. Aunque sin pan poco puede sostener el cuerpo la mente. Conozco este magnifico cuento desde hace mucho tiempo. Y ha pasado una Navidad más. Espero que nosotros no tengamos que llamarnos nunca recordando viejas épocas...porque será señal de que seguimos compartiendo las nuevas. Recibe un fuerte abrazo directo, sin teléfono.

Alejandro dijo...

Gracias, Emilio. Eso espero, que no tengamos que pensar mucho, ni segundos siquiera, cómo hacer una llamada para saludarnos, y menos si es con el gozo de compartir un premio, aunque tú ya estés muy acostumbrado a ellos.

Un abrazo con derroche, a manos rotas.

Alex

Anónimo dijo...

Nos interesan sus cuentos.
Contacte con nosotros. Gracias.

http://www.galeon.com/letrasperdidas/autoresconsagrados.htm

Anónimo dijo...

Vengo de la otra pagina donde has puesto lo de Contador. Ya había leido este cuento pero no me habia atrevido a poner nada y hoy que me he puesto te dire, aunque no hay en el muchos comentarios, que es un cuento de categoria. A ti siempre te ha gustado avivar la amistad y aqui te sale esa vena tuya. He visto que alguien esta interesado en tus cuentos y digo yo que sera por algo, a que si.
Abrazos de

Luis Martin

Alejandro dijo...

Yo también vengo del otro blog, querido Luis. Allí te he dejado unas líneas, aquí vuelvo a agradcerte tus palabras llenas de ánimo, de las ayudan a seguir. No importa la escasez, lo que de verdad importa es la calidad. La tuya, tu amistad con la mejor etiqueta, la tengo siempre.

Otro abrazo.

Anónimo dijo...

Muy bonito y calido este cuento.
Gracias por seguir compartiendolos con todos.
Un abrazo desde la isla verde-gris llena de hijos de la gran... Bretania! jijiji jajaja
Hasta pronto, Alejandro!
Pinta Corona

Anónimo dijo...

"Nos interesan sus cuentos, contacte con nosotros"? Que mala espina me da eso...
Vaya manera de contactar con una persona!
Estos no tienen ni idea ni de escribir, ni de comunicar ni de escribir... Igual y ni te merecen... Hay que andarse con mucho ojo hoy en dia.
Ya nos contaras!
Te quiere:
Estitxu

Anónimo dijo...

Repeti escribir... queria decir "ni de escribir, ni de comunicar, ni de expresar"
Gracias por todo!!!! Eres el mejor.
Estitxu

ipe dijo...

Como siempre, es un placer leer tus relatos , espero que en el año que entra , nos sigas obsequiando con nuevas historias. UN BESO.

Mari-Sol