Nada que ver con la fauna humana, materialista y represiva.
Moncho tenía una afición desmedida
por la lectura. Al menos esa era la opinión de sus padres. Estos, inmersos en
una vida social muy activa, preferían que su hijo se relacionara con amigos y
jugara con ellos al fútbol, a las canicas o a otros juegos de su edad. Pero no,
Moncho siempre estaba leyendo, siempre con su libro a la sombra de la acacia.
Él decía que allí estaba escrita la historia de la vida, y que debajo del árbol
veía personajes mágicos, exclusivos de su imaginación.
Los padres no entendían aquello tan irreal y, preocupados, sometieron al niño a presiones para que dejara de leer, o lo hiciera con moderación. Le privaron de la paga de los domingos y del bizcocho de zanahoria, que tanto le gustaba, y decidieron no comprarle más libros. Eso no dio ningún resultado: por la mañana y por la tarde, con frío o calor, el niño leía sentado en el arriate de aquel arbusto leguminoso, tan simbólico.
Los padres no entendían aquello tan irreal y, preocupados, sometieron al niño a presiones para que dejara de leer, o lo hiciera con moderación. Le privaron de la paga de los domingos y del bizcocho de zanahoria, que tanto le gustaba, y decidieron no comprarle más libros. Eso no dio ningún resultado: por la mañana y por la tarde, con frío o calor, el niño leía sentado en el arriate de aquel arbusto leguminoso, tan simbólico.
Ante la obstinación de Moncho, los
padres cortaron los árboles que había alrededor de la casa y quemaron, mientras
dormía, su libro preferido. El chico se quedó sin lectura y sin sombras.
Aquello le trastornó: no quería hablar con nadie y perdió el apetito, pero
nunca el deseo de disfrutar con sus fantasías literarias.
Cada mañana se sentaba en el tocón
de la acacia, cogía cualquier periódico o revista y, con los ojos cerrados,
simulaba deleitarse con el contenido de un texto bien distinto al que tenía en
frente. Reviviendo los conflictos y sensaciones de sus héroes, ponía cara de
pelea, olía como si estuviese en medio de una inmensa rosaleda y hacía
cariñosas muecas, como si acariciara a distintos animales, o algo así.
Una tarde, a primera hora, cuando
el muchacho estaba abstraído, con la mirada puesta en su recreación interior,
se le acercó la madre con cara de pesar, tras dejar por un momento la fiesta en
honor a un grupo de amigos distinguidos y sus familias.
—¿Por qué haces como que lees, si
tienes los ojos cerrados? ¿No sería mejor que vinieras a la piscina con los
otros niños? Hace mucho calor. ¡Anda, cariño, ven! —dijo acariciándole las
mejillas, con ese mimo de madre que a veces todo lo puede.
—Cierro los ojos para ver con
claridad las aventuras escritas en mi libro. ¡Lo quemasteis!, pero lo conservo
en mi memoria. Hablo con los personajes. Esos niños de ahí no están en la
trama. Talasteis la arboleda del jardín, pero no me importa; ahora crece en mí
la vegetación que quiero.
—Hijo, tú no estás bien. Tenemos
que llevarte al médico.
—No, mamá. ¡Vosotros estáis mal!
Siempre tan ocupados en vuestras cosas, nunca os interesaron mis gustos. Ni
siquiera supisteis que mi libro es «El libro de la selva». Con vosotros tan
lejos y tan en contra, cuando Shere Khan salió del bosque, en lugar de raptarme,
me cautivó. Ahora, ese tigre y yo somos amigos.
—No te entiendo, hijo —exclamó la
madre sollozando.
—Está claro. Ya no estoy solo,
ahora vivo con los lobos en su cueva. Y aunque Raksha se meta conmigo y me
llame Mowgli, seguiré leyendo todos los días. Ellos sí que me entienden. Estoy
encantado de ser uno más en esa jungla fascinante. No tiene nada que ver con la
fauna humana, tan antinatural, tan materialista y tan represiva —dijo el
chico convencido, con el léxico que le
caracterizaba, propio de quien lee
mucho.
La madre no dijo nada. Se fue al
lado del padre y los dos, apartados, lloraron en silencio la locura y el
aislamiento de su hijo.
Moncho siguió en su mundo. Hizo
como si pasara otra página del libro. Luego, satisfecho, aulló como una fiera
inocente, en medio de aquella fronda de robinias, tocadas con racimos blancos,
de olor meloso, atrayente.
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alejandro2153@hotmail.com